domingo, 7 de marzo de 2010

La muerte y Samarcanda


1) "Hablar de la muerte hace reír, es una risa forzada y obsena. Hablar de sexo non provoca ni siquiera esa reacción. El sexo es legal, sólo la muerte es pornográfica"- decía Baudrillard. Agrego, simplemente, que el autor de tal pensamiento, conocedor profundo de la cultura europea, quería subrayar una tesis que sostiene con autoridad. Es la siguiente: la liberación sexual no es inocente porque en todas sus manifestaciones, las cuales pretenden exaltar la vida y la vitalidad, el hombre no hace otra cosa que intentar, sutilmente, pero no eficazmente, exorsizar la muerte.

2) Lo anterior es una breve introducción a un tema que es considerado pornografía, o sea, el tema de la muerte. No me detengo a hablar de las máscaras y de las estrategias que la sociedad del siglo pasado y el nuestro venden para ocultar que el "próximo segundo es siempre incierto". Pensando la muerte, el filósofo español Miguel de Unamuno decía: "Mi Yo! Me roban mi yo". Con la muerte no se va un cuerpo, es el yo que se va.

3) No me interesa tampoco tratar el tema desde el punto de vista filosófico, fenonemológico, psicológico ni sociológico. A través de un relato breve, simpático y, se puede decir también, educativo, quiero únicamente poner de relieve el carácter de atracción y repulsión, de acercamiento y de extrañeidad que se da entre el yo y la muerte. Si tengo que utilizar un ejemplo, diría que es como jugar a las escondidas. La muerte y la vida juegan a las escondidas, hasta el momento en el cual, por primera y última vez se encontrarán cara a cara en un abrazo irreversible, indisoluble. La cita de la vida y la muerte se posterga en el tiempo, hasta el momento en el cual no pueden evitarse. Ese momento o lugar es Samarcanda.




4) He aquí el relato. Según esta antigua narración, un soldado, sobreviviente de la primera guerra mundial, está festejando la fortuna de haber escapado ileso de la última batalla. Con sus amigos festeja la vida en un pueblito que, illuminado y lleno de flores, parece la antesala del paraíso. Alegría, vino, música, risas, abrazos... porque el peligro había pasado.

Durante los festejos, los ojos del soldado se cruzan con los ojos de la muerte que estaba sentada en un rincón del salón, bebiéndo un vaso de vino rojo. El soldado, se espamentó, sus piernas comenzaron a temblar, el corazón aumentó sus batidos.... Sintió los ojos de la muerte fijados en los suyos. Aterrorizado por la presencia de la muerte, montó en el primer caballo que encontró, y comenzó a corrrer, alejándose del pueblito.

Cabalgó toda la madrugada, girando cada tanto la cabeza hacia atrás para asegurarse que la muerte no estuviera a sus espaldas. El caballo no resistió tanto esfuerzo y cayó exausto. Murió en el desierto, cuando faltaban unos cuantos kilómetros para llegar a la ciudad fortificada en la cual el soldado estaba convencido de encontrar la protección suficiente contra la muerte.

Sin caballo, decidió correr los últimos kilómetros. Una maratón que le parecía interminable pero que le aseguraba siempre más la vida pues se alejaba de la muerte. Vió las murallas de la ciudad, vió sus altas torres, inatacables, imposibles de escalar. Sin aliento, al límite de sus fuerzas, casi arrastrándose entró en la ciudad de Samarcanda. Cerró los portones de la ciudad y se dirigió a la fuente de agua, sediento no sólo de agua, sino de vida, una vida que defendía con uñas y dientes.

Se refrescó, se sentó tranquilo en un banco de la plaza y miró el sol que aparecía por el horizonte iluminando tenuemente la ciudad con sus rayos. Pensó que estaba a salvo. De repente, a su lado, sintió una presencia. Dirigió la vista hacia la izquierda y se encontró cara a cara con la muerte.

El soldado le preguntó porqué la noche anterior lo había mirado en forma tan agresiva, amenzante, cruel. La muerte se quedó sorprendida de tal pregunta y respondió: "Mi mirada no era cruel, no era agresiva. Era una mirada maravillada pues yo sabía que tenía una cita con Usted aquí, en esta ciudad, en Samarcanda, al amanecer. Y como esta ciudad está muy lejos del salón en el cual yo estaba reposando, me preguntaba como habría hecho Ud. para llegar a este lugar, dado que, la distancia es considerable".

El soldado había cabalgado toda la noche y parte del amanecer para huír de la muerte y en ese huír, en ese tentativo frenético de escapar, no había hecho otra cosa que llegar a la cita puntualmente. La dialética de acercamiento y extrañeidad, de atracción y repulsión, sella la vida humana. La muerte es el destino del hombre, un final irreparable. Suprema actividad del Yo que muere, pero también suprema pasión. Experiencia única y personal pero también universal y natural. Certeza absoluta pero también incierta (decían los antigúos romanos: mors certa, hora incerta).


Hay algunos que miran a la cara la muerte para poder comprender y vivir más apasionadamente la vida. Hay otros que pasan toda la vida huyendo de la muerte sin saber que en ese huír no hacen otra cosa que caminar hacia la propia sepultura. Necrófilo no es el primero, sino más bien y paradojalmente, el segundo. Pornográfico - recurriendo a los términos de Baudrillard - no es el primero sino el segundo.

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