viernes, 5 de marzo de 2010

Amor y perversión


La distinción entre amor y perversión está contenida en el modo en que se vive el propio deseo, o sea, come apertura y donación de sí al otro o como clausura y, además, manipulación del otro.

Perverso es el deseo que non desea el otro sino sí mismo, y usa el otro come un trámite o una herramienta para satisfacer el propio yo. Perverso es, entonces, el deseo que se niega a ser vehículo de trascendencia, y que, por esto, plegandose en sí mismo, se hace objeto de su propia inmanencia jugada en ese breve espacio que hay entre la tensión desiderante y la satisfacción que la aplaca.

En esta óptica, perverso es todo amor que no se vive en la reciprocidad sino en la salvaje unilateralidad, logica que no abre otro espacio que no sea el de una despiadada soledad. Sin reciprocidad: con esta espresión queremos decir que el encuentro no es tal dado que no se trata de co-implicación, pues, el deseo perverso "versa" sobre sí mismo, considerando el yo sacro y el otro cuerpo un apéndice o instrumento. La reciprocidad es negada en modo narcisistico, y se cancela la posibilidad que el cuerpo tiene de trascenderse en el cuerpo del otro.

Se trata, como decía el filósofo francés J. P. Sartre, de ese tipo de amor generado y contradicho por la "pasión inútil" che empuja y alimenta el delirio de una conciencia que se cree absoluta, arrogantemente suelta de todo vínculo, de toda responsabilidad, hasta el punto de no desear otra cosa que su propio deseo. Dicho con otras palabras: se trata de un amor que pro-jecta la servidumbre y la instrumentalisación del otro porque ha asumido como eje portante de la vida la lógica del "usa y tira" que direcciona la sociedad postmoderna hacia un yo individualistico y fuertemente narcisista, come denuncia tanto el sociólogo polaco Z. Bauman cuanto el filósofo Ch. Lasch.

No es nuestro interés citar otra vez a Sartre, un maestro a la hora de describir la patología del amor y las relaciones "infernalizadas", sí, en cambio, queremos afirmar que todas las perversiones, en la medida que fagocitan la libertad del otro y le impiden ser sujeto de su propia historia reduciéndolo a una cosa objetivable, o, mejor dicho, reduciéndolo únicamente a sus genitales, juegan con la muerte, o la anticipan. ¿Por qué? Y bien, porque es en la muerte que la subjetividad, metáfora de la libertad, se estingue, y el cuerpo se endurece, asumiendo la inmobilidad de una carne que ha perdido su "ser en el mundo" y, por lo tanto, no se trasciende más en la experiencia del encuentro con el otro.

Y ahí donde se pierden o se empañan las huellas de la trascendencia, la existencia se autoniega, se pliega sobre sí misma y se sofoca, como una simple cosa entre mil cosas, sin algún movimiento hacia una dimensión mayor. ¿Y quien o que puede abrir el horizonte hacia la trascendencia si no es el amor?

La conclusión - y la idea central - de esta breve reflexión sobre el amor y la perversión, está ejemplarmente representada en un pensamiento de R. Barthes: "Yo deseo mi deseo, y el ser amado non es otra cosa que su accesorio" (Fragmentos de un discurso amoroso).

Para no dar lugar a equívocos o malas interpretaciones, es fundamental subrayar que el amor non rechaza el sexo y la dimensión erótica. Por supuesto que los acepta. Faltaría más. Pero los hace girar alrededor de aquel tú que cada uno de nosotros, al menos una vez en la vida, sentimos como un "tú-definitivo", un "tú-para siempre".

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