viernes, 27 de noviembre de 2009

¡Mujer, ésto ha hecho de ti el varón!







La imágen que tiene frente a sí el lector puede resultar chocante, sorprender por su erotizada caracterización o causar indignación. Sea como sea, el artista ha logrado con este cuadro despertar el pensamiento y sugerir, por lo tanto una reflexión. El lector, mujer o varón, aportará las suyas y tal vez coincida con lo que yo, en estas líneas que siguen, diré sin ánimo de agotar la cuestión.

Pienso que si Dios, la Naturaleza, la Evolución - llámese como se llame Quién o Qué está como fuente del ser y de la creación - no hubiera creado a la mujer, sin duda alguna que lo hubiera hecho el varón.

Pero, - como testimonia la historia - movido por sus mezquinos intereses, por su lujuria y su pasión, la habría dotado sólo de erotismo desenfrenado, de orgiásticos instintos sin límites, de deseos sexuales voraces que no encontraran nunca satisfacción.

Movido por su fálica pretensión, el varón no le hubiera dado a la mujer el mejor regalo, el mejor don que Dios, la Naturaleza o la Evolución le dió, es decir, el Amor.

Es la mujer que con su Amor y dedicación orienta el varón. Pensemos a lo que nos narra el mito griego del Minotauro. Perseo, el joven griego que mata al Minotauro y salva así a los otros diez jovenes que cada año se enviaban a la isla como alimento del mítico animal, entra en el laberinto y puede salir porque Ariadna le da el hilo que le servirá de guía. Es el hilo que señalará el camino que Perseo deberá necesariamente seguir para no quedar atrapado en los callejones sin salida y que de por sí no daban ninguna indicación.

Sin Ariadna, la jovencita que amaba tiernamente a Perseo y temía por su vida, Perseo no se hubiera podido orientar jamás entre las sinuosidades del laberinto. Hubiera sucumbido no sólo de hambre, sino del más terrible de los males, o sea, el abandono y la soledad.

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