sábado, 21 de noviembre de 2009

La sabiduría de Confucio


"El maestro pescaba con el anzuelo, jamás con la red. Cuando andaba a cazar con arco y flecha no tiraba jamás a un pájaro en su nido" (Confucio)

Me parece que no es tiempo perdido reflexionar o meditar sobre la enseñanza que expresa o sugiere el pensamiento de uno de los más grandes maestros de la sabiduría oriental, come es Confucio, sabio que vivió en el siglo VI antes de Cristo.

La metáfora es clara: la red desvasta la riqueza del mar indiscriminadamente y mata o aniquila todo tipo de ser viviente que atrapa en sus mallas aunque no sea necesario o imprescindible para el alimento cotidiano. Mata las especies más raras e irrecuperables como también los peces más débiles que no sirven para el consumo. La red, símbolo de una lógica de encuentro con lo real que, llevada al extremo, es un arrasar con toda clase de vida sin descriminación alguna.

La sabiduría oriental nos está diciendo que, cuando ves un pájaro que está en su nido e incubando sus huevos, es crueldad eliminarlo porque se extinguirá la vida sin dejar continuidad, se romperá el ciclo que permite no sólo alimentarnos sino tambièn una ecología sana, armoniosa que mantiene en equilibrio el planeta, su biodiversidad y que, también lo embellece, lo hace agradable a la vista regalándonos una experiencia estética imposible de igualar o imitar con nuestra técnica.

Las sugerencias que ofrece el pensamiento de Confucio me traen a la memoria un pasaje bíblico del Antiguo Testamento que está en perfecta sintonía con la sabiduría del Maestro oriental. En el libro del Deuteronomio, libro cuyo nombre proviene del griego deuteros, que significa "segundo" y nomos que significa "ley" (segunda ley), en el capitolo 22, versículo 6 se dice: "Cuando en tu camino encontrarás en la copa de un árbol o por tierra un nido de pájaros recien nacidos o con la hembra encubando los huevos, dejarás la madre a sus hijos".

Recogiendo la intuición profunda que subyace en ambos textos, tanto en el bíblico como en el texto de Confucio, se puede hablar de una virtud que hoy día, tanto en Occidente come en Oriente está siempre en peligro de desaparecer o de ser considerada privilegio de pocos - y éstos a su vez valorados como estúpidos o imbeciles. Se trata de la compasión, manifestación o expresión de una lógica vital y constitutiva más profunda, es decir, la lógica de la gratuidad. Esta última se expresa en diversas tonalidades, como la comprensión, la acogida, la piedad, o la ternura y la delicadeza.

Es un dato real - al cual nos estamos acostumbrando y que juega en contra de la necesidad de edificar un rostro humano y salir de la barbarie - que estamos siendo plasmados por la indiferencia, la impiedad y la violencia sin frenos y sin razones, o sea arbitraria y caprichosa. Un odio espasmódico contra todo lo que vive y es diverso y, sobre todo, en relación a los más débiles y menos protegidos.
Somos siempre más esclavos de una lógica relacional necrófica la cual, sin sobresaltos ni remordimientos, orienta nuestra mirada sólo hacia aquello que nos interesa poseer, manipular, depredar o aniquilar, olvidando que la piedad, sobre todo por los más indefensos y necesitados, es lo que nos ha hecho humanos y no lobos rapaces. La piedad, expresión de la gratuidad, es lo que nos ha permitido pasar de la lógica del puño cerrado a la lógica de la mano abierta.
Recuerdo también otra frase que está en sintonía con la reflexión precedente y la reafirma en toda su importancia. Escribe el literato ruso F. Dostoevskij en "El idiota": "La compasión es la más importante y quizás la única ley de toda la humanidad".
Seis siglos antes de Cristo Confucio nos orientaba hacia un comportamiento y una actitud que, desde hace tiempo hemos olvidado o traicionado: la compasión. Considerar tal sabiduría como una cuestión banal, suplantada además por la lógica del cálculo y el consumismo salvaje, nos ha llevado a depredar el planeta y a sentir, vivir y pensar la relación con el otro en clave de infierno.

Confucio, la Biblia y Dostoievsky nos recordaban que la compasión no es debilidad, estupidez o cobardía, sino el límite que separa o divide una vida de rostro humano, de una locura o demencia sin retorno; de una vida que asemeja a una fiesta, de una vida que no es más que martirio y en la cual el verdugo y la víctima se identifican.

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