martes, 27 de octubre de 2009

Alejandro Dumas y la mirada


En un artículo precedente nos hemos ocupado de la mirada. Insistimos en este tema ahora, aprovechando una intución de un gran escritor francés. Leyendo un libro de Alejandro Dumas, el autor de la famosa obra "El conde de Montecristo", me encontré con esta sugerente frase: "Dios ha querido que la mirada del hombre sea la única realidad que no se puede esconder". El libro es poco conocido. Su título es Paul Jones. No se puede desconocer o negar que la frase de Dumas expresa una intuición que es significativa y relevante.

No hay duda que la mirada es lenguaje, medio de comunicación eficaz, profundo, penetrante. La mirada ha sido siempre considerada como un vehículo privilegiado del encuentro con lo real. El gran artista Miguel Ángel, hablaba del alma como una realidad que "se asoma totalmente en los ojos".

No por nada, todos de alguna que otra manera lo experimentamos, cuando estamos enamorados, sentimos que las palabras no alcanzan, que no son suficientes para expresar el afecto y, en tal situación, gana espacio el silencio y en él sólo habla la mirada. Quizás sea la mirada el lenguaje más intenso y significativo. Basta prestar atención a la relación de una joven madre con su bebé. Se entrecruzan las miradas, diciendo lo que no cabe en el vaso de la palabra.

En la frase de Alejando Dumas, es posible descubrir otro aspecto importante. Con la mirada, el hombre está, en un cierto sentido, "desnudo", se está indefenso porque no puede ocultarse. Un observador agudo se da cuenta que con la mirada el hombre se sincera o delata. El alma sale a través de la mirada y expresa emociones, sentimientos, heridas o alegrías que las palabras muchas veces quieren ocultar pero que no lo logran totalmente.

Quien está habituado a encontrar personas y a escucharlas se da cuenta que algunas de estas personas no pueden mantener fija la mirada en los ojos del interlocutor, o muchas veces la mirada está atraversada por un relámpago o un fulgor que dice mucho más de lo que dicen las palabras. Se da cuenta también que hay personas que buscan con los ojos, mientras hablan, un punto de fuga, algo así como una ventana para escapar por ellas porque no soportan el peso de las palabras que pronuncian. Y hay otras personas que con su mirar delatan su hipocricidad y las mentiras que pronuncian.

No es casualidad que el verdugo no miren jamás los ojos de sus víctimas porque si es verdad que olvidamos con frecuencia los rostros que encontramos por la calle, es imposible olvidar una mirada aterrorizada o suplicante o cargada de odio.

Moraleja: empecemos a aprender el arte de mirar en modo tal que no se atrofie la capacidad de hablar con la mirada y así mantener viva la capacidad de reconocer el lenguaje que los ojos transmiten en un dialogo auténtico
y profundo.

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