jueves, 22 de octubre de 2009

El estupor y la mirada

1) El estupor: via hacia la sabiduría
A) Un grande pensador hebreo, J. A Heschel, agudo observador de la realidad humana, notaba que con el avance de la civilización declina siempre más el sentido de la admiración. Tal declive es, según su lectura, un síntoma alarmante de nuestra disposición de ánimo. La humanidad, decía Heschel, no está destinada a perecer por falta de conocimiento o de recursos alimentarios, sino y sobre todo, por la falta de "aprecio". Según su parecer, que está en sintonía con tantos otros pensadores, artistas y hombres de ciencia, la admiración o el absoluto estupor, la incapacidad para adaptarse a las palabras y a los lugares comunes, es decir, de achatarse u homologarse, constituyen el primer requisito para un auténtico conocimiento de lo que existe (Cf. A. J. Heschel, God in search of man, New York, Strous & Giroux, 1955, pag. 17).

B) Gabriel Marcel, filósofo francés, existencialista, en su libro El misterio del ser, subrayando la relación entre admiración y creación, escribía: "que los seres incapaces de admiración son en el fondo estériles, seres agotados en quienes las fuentes de la vida se han consumido o al menos enceguecidas. Cuando admiro un paisaje o un rostro - decía Marcel - siento que entre ese paisaje o ese rostro y yo hay algo más que una conjunción puramente fortuita".

C) Las citaciones precedentes quieren decir que la admiración o el estupor frente a la naturaleza o a todo lo real es una de las antiquísimas vías - como sostiene el poeta y literato alemán H. Hess, en grado de abrirnos el horizonte que, no negando la ciencia (cosa absurda) sino trascendiendola y, además haciéndola posible, nos lleva hacia la sabiduría. En otras palabras, nos lleva hacia la profundidad recóndita de las cosas, hacia aquello que, como decía el zorro al Principito (obra de Antoine de Saint-Exupéri) es esencial, pero invisible a los ojos. La cosa es seria pues, como decía el paleontólogo jesuita Teilhard de Chardin, se trata de "ver o perecer". Albert Einstein, el grande físico, poniendo en relación estupor y ceguera, afirmaba: "Perder el sentido de la maravilla significa morir, cesar de ver" (Cf. A. Einstein, Mi visión del mundo, Barcelona, Tusquets, 1981.)

2) Saber ver.
A) El acto de ver es siempre un acto complejo y sobre todo vinculante y relacional entre quien mira y lo mirado. Es el acto, como decía el filósofo Merleau-Ponty, en el cual y por el cual el espíritu sale de sí a través de los ojos para irse a posar sobre las cosas. Tan importante es la mirada que, según este pensador francés, "el ojo realiza el prodigio de abrir el alma a lo que el alma no es, o sea, el feliz mundo de las cosas" (Cf. M. Merleau-Ponty, El ojo y el espíritu, Buenos Aires, 1977, pag. 61).

B) La mirada es una actividad del organismo entero, no solamente de una de sus partes, es decir, el ojo. No es el resultado de una actividad meramente ocular. A la vez que con el ojo se mira con el rostro (gesto) y con el resto del cuerpo (actitud). La mirada es la traducción orgánica de la intención interior, de la lógica relacional que nos habita y nos configura los hábitos mentales y comportamentales. Mirar es la situación que absorve y expresa todo lo vivido de la persona y la transforma en don de sî, en grito, en plegaria, o en rechazo y negación. En la mirada está todo el hombre porque la vista no es tanto un órgano que recibe imágines, sino, como han demostrado tanto médicos como antropólogos, la facultad de establecer relaciones según la admiración o el estupor que la alimenta.

Vienen a la mente las reflexiones de otro grande pensador, José Ortega y Gasset. En un librito que tiene por título "Las Atlántidas" escribía: "Tal vez hay en todo objeto cualidades y valores que sólo se revelan a una mirada entusiasta". Y si bien el "entusiasmo" ha sido criticado en el Iluminismo, para los griegos (Platón, Plotino) era una dinámica cognoscitiva que, animada por un dios, abarcaba lo real. En nuestros tiempos, el filósofo y psiquiatra Karl Jaspers, lo valoraba positivamente, entendiéndolo como un"sentimiento de la totalidad del mundo".

C) El ojo capta, ve y profundiza. Cada uno es su propia mirada y lo mirado, sea naturaleza, arte o rostro, permanece envuelto en una capa que es la intencionalidad del observador. Saber ver y poder recibir el mensaje recóndito de lo real o de las circunstancias en las cuales estamos siempre indefectiblemente inmersos, supone que la mirada esté alimentada o sustentada por el estupor. La mirada, alimentada por el estupor o la maravilla, hace que el ver no sea sustentado por una lógica depredadora, manipuladora y mortificante de la realidad, lógica que, desde el 1600 en adelante, ha sido la lógica faraónica del Occidente. La mirada alimentada por el estupor la transforma en un mirar no calculador, no objetivante, sino en un mirar en cual la razón humana se transforma o pasa de una lógica utilitarística a una lógica participativa, comunional. La dimensión utilitaria no desparece pero se humaniza.

3) Conclusión.
A) Los conocimientos fundamentales, aquellos que nos humanizan, nacen de un mirar maravillado, entusiasmado. Sin la maravilla o el estupor el hombre caería inevitablemente en la dimensión del cuantitativo, en la fría y faraónica razón analítico-instrumental que de todo lo que mira hace botín o tierra de conquista, mercadería para vender y consumir.

Sin la maravilla el hombre, poco a poco, sería incapaz de una existencia verdaderamente personal. Se transformaría en un autómata, en un objeto manipulado por los medios de comunicación y sobre todo por la televisión, poderes despóticos y controlados por expertos para hacer de cada uno un "idiota" enceguecido o embrujado por la "bruja" de la publicidad.

B) La mirada cargada de estupor, en cambio, libera el horizonte. Hace del hombre no un gendarme del mundo, un depredador o un banquero del la naturaleza sino un "centinela de la realidad" y del misterio del ser. El jardinero de la creación y no su verdugo.

La mirada plasmada por el estupor hace de cada uno de nosotros, como decía Ortega y Gasset, un hombre que lleva la pupila dilatada de asombro. Un hombre que camina alucinado, afanado en que cada cosa, por pequeña o insignificante que parezca a los ojos de la razón calculadora, llegue de verdad a ser lo que es, lo que está llamada a ser, exaltándola hasta la plenitud de sí misma.

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