domingo, 20 de septiembre de 2009

Sobre la democracia y el relativismo. En línea con K. R. Popper

1) ¿Todos los sistemas éticos son iguales? En la disputa sobre el relativismo (todo es relativo, no hay puntos de vista absolutos) se siente la necesidad y la urgencia de ser cautelosos, prudentes, menos dogmáticos. El mundo actual está en vías de globalización creciente y, en consecuencia, se presenta siempre más multicultural, multiétnico, multireligioso. Cada pueblito es un mundo y el mundo es un pueblito en el cual conviven, en una tensión difícil de resolver, diversos sistemas éticos. Este es un un hecho innegable. Si por un lado puede inquietar, despertar sospechas, por otro lado nos enriquece porque nos permite descubrir que el mundo puede ser visto y vivido desde perspectivas impensadas e impensables. La alteridad abre el horizonte del yo, aunque no sea fácil el encuentro. ¿Feliz contaminación?
Frente a semejante realidad y desafío hay quien afirma que todos los sistemas éticos son iguales, idénticos. En el fondo está diciendo que ningún valor vale verdaderamente. Es ese relativismo que hoy en día está bajo acusación y es objeto de rechazo. Tal visión no sólo sufre de una miopía ética sino que, sobre todo, demuestra no tener en consideración (por ignorancia tal vez) la importancia fundamental - y decisiva - que en este discurso tiene el tema de la reflexión acerca de la capacidad (o incapacidad) epistemológica/metafísica de la razón para fundar principios supremos.
Hay que subrayar que la crítica a la concepción relativista entendida como la presencia en nuestro espacio socio-cultural de sistemas éticos diferentes o como un “dejarse llevar desde aquí para allá por cualquier tipo de doctrina” - como ha dicho poco antes de ser elegido papa el cardenal J. Ratzinger - no aferra en profundidad el desafío y la oportunidad que ofrece el pluralismo. ¿Por qué? Pues porqué la primera realidad que emerge del pluralismo de las concepciones éticas nos dice que ésas no son todas iguales, sino, más bien, muy pero muy diversas. Pongamos un ejemplo. “Ama al prójimo como a tí mismo”. Esta máxima es muy diversa de aquella que ordena vivir bajo la ley del “ojo por ojo y diente por diente”.

2) ¿Hay un criterio de fundación? Establecido que las concepciones éticas son diversas, se impone una pregunta que abre un horizonte de reflexión: ¿Tenemos un criterio racional válido para todos, general, global, que nos permita decidir qué ética es la mejor en cuanto está racionalmente fundada? Una interrogación de este tipo, núcleo fundamental de toda teoría ética, no puede recibir una respuesta positiva si es verdadera la famosa “ley” del filósofo David Hume (1711†1776), representante cualificado del empirismo inglés. Él sostenía que las descripciones que hacemos de los hechos empíricos, es decir, de lo que constatamos, no permiten hacer o derivar prescripciones. Esto significa que de la descripción de lo que “es”, no podemos hacer derivar ningún “deber ser”. Dicho en otro modo, y banalmente: que yo constate en un tren que todos los asientos están ocupados (constatación empírica) no quiere decir que si sube una persona anciana alguien “deba” (imperativo) cederle el lugar. Todos los moralistas, en modo apresurado, decía Hume, pasan de la constatación de los hechos (ser) a un “deber ser” que no se justifica con la lógica seguida precedentemente. Para el “deber ser” o enunciado prescriptivo se requiere otra lógica pues proposiciones descriptivas (observaciones de hechos) no autorizan a deducir lógicamente proposiciones imperativas (Cf. D. Hume, A Treatise of Human Nature, London, 1740, Libro III, Parte I, 1). La consecuencia que acarrea tal ley se expresa diciendo que los valores de fondo de un sistema ético, los principios fundamentales (de ideales de vida) resultan fundados, en último análisis, en nuestra opciones de fondo, en las elecciones u opciones de conciencia de cada persona y no en sus argumentaciones de naturaleza racional.

3) Libertad de conciencia. Es verdad que existen opciones hechas con los ojos cerrados y opciones hechas con los ojos abiertos. Estas últimas son aquellas opciones que se hacen poniendo una continua atención a las consecuencias que se siguen de los principios que se han aceptado como norma de la conducta. La aceptación de esas consecuencias es también objeto de opción. Esto significa que la “ley de Hume” es la base o el pilar de la libertad de conciencia. Lo que el discurso quiere aclarar es que los principios básicos de una ética no son objeto de análisis y fundamentación racional sino que son - aunque se escandalicen los racionalistas radicales - una opción. Lo que sí puede ser argumentado racionalmente es el sistema que se monta o edifica sobre tales principios. Puedo mostrar las consecuencias que de tales o cuales principios derivan tanto para el bien cuanto para el mal de una comunidad. Pero los principios básicos escapan al ejercicio de la razón dogmática o metafísica.

4) ¿Dónde se fundamentan las opciones últimas? La ciencia da - cuando puede - explicaciones de órden empírico (verificables o falsificables) pero no puede dar o poner imperativos éticos, es decir reglas. La lógica que utiliza (matematización de lo observado) lo impide. Por lo tanto no existen esplicaciones científicas de tipo ético. En otras palabras, exprimiendo toda la ciencia no puede extraerse ni siquiera un gramo de moral. La ciencia des-crive y la ética pres-crive. Todo el saber científico en nuestro poder no produce valores. Pero atención! Tampoco puede desmentirlos. Esto quiere decir que la opción de los valores supremos - es decir aquellos valores por los cuales se puede vivir o morir - encuentra su fundamento no en la ciencia, sino en la conciencia de cada hombre y de cada mujer. Esta perspectiva nos libera del fanatismo y de los dogmáticos, tanto de derecha como de inzquierda y nos deja abierta la posibilidad de elección. Libertad desnuda, llamada a tomar una decisión y no a ser esclavizada por normas objetivas que se imponen en modo dictatorial. Libertad y, por lo tanto, responsabilidad, en el bien como en el mal.



Karl Popper


5) La sociedad abierta. Es falso (y de mala fe) sostener que todas las éticas son iguales. Pero tampoco están en el error todos aquellos que afirman que los valores supremos no son teoremas demostrables o que no son axiomas autoevidentes y autofundamentados, como pretende el dogmatismo. Entonces, si por relativismo se entiende la imposibilidad racional de fundamentar los sistemas éticos, una pregunta se impone: ¿Es evitable o aconsejable dejar de lado el relativismo? ¿Es posible vivir y edificar una “sociedad abierta”, una sociedad democrática, ahí donde algunos se arrogan el derecho de estar en posesión de una verdad absoluta, inmutable y de valores exclusivos?
No debemos olvidar que el primero y fundamental bien común son las reglas de la convivencia. La sociedad abierta como la presenta K. Popper, está hecha, en efecto, de aquellas reglas o normas que permiten la convivencia del mayor numero posible de ideas y de ideales diversos y, por lo tanto, no siempre en sintonía. Es decir, contrastantes entre ellos. En esta sociedad abierta es intolerante aquel que presume arrogantemente saber en qué cosa consiste el verdadero bien; es intolerante aquel que cree que tiene en el bolsillo el bien absoluto y, por lo tanto, es un iluminado que ostenta el derecho a imponerlo - con látigo o con la pistola - a otros. O en caso de negarse a aceptarlo, expulsarlo del sistema o simplemente eliminarlo. Este es el terrorismo de derecha y de izquierda. Enanos intelectuales que han ensangrentado el mundo con el dogmatismo de la razón. Ambos estaban (o están) convencidos que tienen en su poder la verdad además de pretender que quien no los escucha tiene la razón deformada o busca mezquinos intereses.

6) Hombres falibles. En la óptica de nuestras reflexiones no está equivocado el gran epistemologo del siglo pasado K. Popper. También H. Kelsen afirmaba que la causa de la democracia se ve empañada o entra en crisis si se parte de la idea que es posible el conocimiento de la verdad absoluta, la comprensión de valores absolutos. En cambio, aquel que cree que el conocimiento humano es tal y no divino, y, por lo tanto está convencido que no es posible alcanzar la verdad absoluta y los valores absolutos, está abierto a la perspectiva de los otros. No considera sólo su opinión, sino también la opinión de los otros. Por eso el relativismo es aquella concepción del mundo que la verdadera democracia (y no la tiranía de la mayoría) supone o tiene como base fundamental.
Según lo dicho, otra pregunta se impone para ayudar a pensar la relación o el vínculo que hay entre la democracia y el pluralismo presente representado por los diversos sistemas éticos. ¿Es posible aceptar el pluralismo sin aceptar aquella forma de relativismo entendida como la “no fundamentabilidad racional” de los diversos sistemas éticos? Frente a tal posisión o tesis se alzan los pelos y se eriza la piel de una gran mayoría de anti-relativistas, convencidos de tener la verdad en el bolsillo, además bendecida por la ley natural que, en el fondo. hace referencia a Dios, según ellos.
7) A modo de conclusión. La sociedad democrática es, según Popper, aquella que se basa en el ejercicio de la razón crítica (no dogmática o fundamentalista). Es una sociedad que no solamente tolera sino que además estimula a través de las diversas instituciones democráticas, la libertad de cada persona y de los diversos grupos, en vista de alcanzar las soluciones de los problemas sociales. Esto significa que vivir democráticamente implica vivir en “continuas reformas”. Y esto no significa que accedan al poder los totalitaristas. La pregunta fundamental - decía Popper - no es ¿quién debe gobernar? (intelectuales, economistas, filósofos, ricos o pobres, etc.). La pregunta fundamental es: ¿cómo es posible controlar a quien gobierna y, además, substituir a los gobernantes sin derramamiento de sangre?

Quien cree en la razón debe comenzar por creer en la razón de los otros. De lo contrario, su democraticidad no es más que la máscara del déspota y del terrorista, sea de derecha o de izquierda. Si la razón es humana y no puede ponerse en el punto de vista del Absoluto o del divino (como creen tantos catolicones y tantos racionalistas fanáticos) entonces hay que tomar conciencia de la idea de imparcialidad, de tolerancia y de rechazo de toda pretensión totalitaria. “El amor por la tolerancia - decía Popper - es la necesaria consecuencia de la convicción de no ser hombres infalibles”. Lo que no quiere decir, obviamente, ser tolerantes con los intolerantes. Pero esto es ya otra cuestión que requiere otra lógica relacional y que, además, sólo se puede encontrar en la discusión democrática.

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