martes, 22 de septiembre de 2009

¿El corazón de la razón está en las razones del corazón?


1) ¿Cuál es nuestra condición existencial? La descripción que de la condición humana hizo Blaise Pascal (1623†1662) - el genial matemático y físico francés - es siempre un punto de referencia fundamental. Polemizando contra una razón arrogante que pretendía agotar lo real con el método geométrico y apuntaba también a hacer del hombre una especie de equación que se resolvería con el método empírico, Pascal escribía: “Nosotros navegamos en un mar amplio, siempre inciertos y fluctuantes, suspendidos de un extremo al otro. Cada lugar en el cual pensamos tirar el ancla y detenernos basila y nos abandona, y si lo seguimos escapa a nuestro tentativo de posesión, se escurre entre nuestras manos y se aleja huyendo eternamente. Nada está quieto para nosotros. Es la condición natural y, todavía, la más contraria a nuestras tendencias. Ardemos del deseo de encontrar un lugar estable y una última base segura para edificar una torre que se eleve al infinito, pero nuestros fundamentos se agrietan y la tierra se abre bajo nuestros pies hasta los abismos más profundos” (Pensamientos, 72).

2) Crisis del sentido. En el nuevo escenario postmoderno del tercer milenio (Cf. el artículo del Blog con el título Postmodernidad y nihilismo), esta experiencia de ser naufragos en alta mar que de por sí parece caracterizar la existencia, se vive en modo todavía más angustiado y problemático. El hecho se debe no sólo a la ausencia de paradigmas antropológicos creíbles sino también al caos del conocimiento científico pues éste se ha astillado en mil fragmentos produciendo así una “crisis de sentido”. La multiplicidad de disciplinas y los distintos órdenes en los cuales el saber moderno se expresa, paradojalmente, en cambio de asegurar, obnubila, empaña o complica el tema del sentido. Vivimos en un espacio de saber siempre más complejo, constituido por mil fragmentos, o sea, una especie de archipielago hecho de islas innumerables las cuales no encuentran un lenguaje común para comunicarse y diseñar la figura de una totalidad significativa.

2.1) ¿Tiene sentido la pregunta por el sentido? Parece que los puntos de vista de carácter científico acerca de la vida y del mundo se han multiplicado de tal modo que, de hecho, estamos en presencia del fenómeno de la fragmentación del saber. Y este hecho hace difícil y frecuentemente vano el tentativo de la búsqueda de sentido. Parece que en esta montaña de datos y de hechos entre los cuales vivimos y que son la trama misma de la existencia, no pocas personas se preguntan si tenga todavía sentido hacer la pregunta por el sentido. La pluralidad de las teorías que se disputan la respuesta, o los diversos modos de ver e interpretar el mundo y la vida del hombre, no hacen otra cosa que agudizar esta duda radical, la cual fácilmente desemboca en el escepticismo o en la indiferencia o en las diversas expresiones del nihilismo. La consecuencia de todo esto es que el hombre común, disperso entre tantos saberes, temiendo ser objeto de manipulación por los brujos de turno, se cierra más en sí mismo y, como Narciso, termina mirando sólo su propia imagen. Gana espacio una libertad anárquica, el culto de las emociones fuertes y la dictadura de los deseos sin límites y sin frenos.

3) Interrogantes de fondo.
A) En este clima inquietante, agravado por la experiencia del mal que no deja de herir individuos, comunidades y pueblos enteros, surgen preguntas relevantes: ¿es posible la fraternidad? ¿Y si es posible, cuál es el precio? ¿Si es verdad que la razón es lo que caracteriza al hombre, por qué es siempre más difícil ser hombre y ser racional? ¿No es verdad que, no obstante las proclamas y las conquistas de los derechos humanos que han marcado la modernidad, continua prevaleciendo Caín sobre Abel? ¿No tiene razón el escritor A. Camus (1913†1960) cuando percibe el símbolo de la humanidad en la figura del mito de Sísifo, el cual fue condenado por los dioses del Olimpo a empujar con sus propias manos una pesada roca hasta la cima de la montaña para después verla rodar hacia el valle, y así sucesivamente, infinitamente, sin solución de continuidad? ¿No es verdadera la famosa sentencia “el infierno son los otros” que J. P. Sartre (1905†1980) escribe en su obra A puertas cerradas? Recordamos que tal sentencia tenía ya su precedente en la nota afirmación “homo homini lupus” (el hombre es el lobo del hombre) del filósofo inglés T. Hobbes (1588†1679).

B) La experiencia individual e histórica no permite descalificar tales lecturas. Innumerables son ya los holocaustos y los genocidios perpetrados por el hombre. Pero, ¿no es verdad que también se puede decir - y sin por esto caer en sentimenalismos acalambrados - que el hombre es “animal amans”, es decir, un animal que ama, animal amante? ¿No autoriza a hacer tal afirmación la presencia entre nosotros de grandes hombres como, por ejemplo, un M. Luter King, un Gandi, o un san Francisco de Asís? ¿El hombre es un "ser para sí mismo”, una ostra cerrada, hermética impermeable a la voz de los otros? ¿O el hombre es también, y sobre todo, un “ser para los otros”?

4) La seriedad de las preguntas. Las interrogaciones precedentes están alimentados por una preocupación de fondo: ¿el hombre es un ser que debe considerarse puramente racional o, sobre todo, además de las “razones de la razón” hay que consider en él las “razones del corazón”? Dicho en términos más breves y radicales: ¿Pienso, por lo tanto, soy? (Descartes) o, más bien, ¿Amo, por lo tanto, soy? - como sostiene el personalismo dialógico, buena parte del existencialismo y también de la psicología y de la pedagogía actual -. La radicalidad de las preguntas requiere un ejercicio de pensamiento amplio, no unilateral o reduccionista porque está en juego el rostro humano auténtico, de cada “yo”. La seriedad de las preguntas, tanto en el plano teórico quanto ético, pone en cuestión las máscaras con las cuales ocultamos y deformamos el yo que, agónica y amorosamente, estamos llamados a edificar, a ser. Y, entiéndase bien, no se trata de la pregunta general acerca de “quién es el hombre”. Se trata, más bien, de la pregunta: ¿quién soy yo? Y, sobre todo, de la siguiente: ¿No resuena en el corazón del hombre una voz que le dice, no obstante tantas caídas y traiciones, que sólo llega a ser sí mismo en la medida en la cual es “para los otros”? Para decirlo con la famosa expresión del rabino Hillel: “¿Si no respondo de mí, puedo decir auténticamente ‘yo’? Pero si únicamente respondo de mì, puedo seguir siendo yo?”.

5) ¿Cogito ergo sum? O, más bien, ¿Amo ergo sum? “Pienso y, por lo tanto, soy” es la nota intuición de R. Descartes (1596†1650). Desde aquí se ha generado una antropología caracterizada por la razón despótica, faraónica, que nos ha llevado a endiosar el Yo-pienso y sus intereses y a considerar el Otro y lo otro como una simple herramienta o un medio para nuestras conquistas o satisfacciones. En nuestra cultura postmoderna, en la cual, repitiendo la lógica autoreferencial de Narciso, cada uno de nosotros tiende a encurvarse sobre sí mismo alejándose de los otros en una especie de alergia sociológica, es urgente encontrar no sólo el sentido último de la vida, sino, y sobre todo, el sentido de la vida cotidiana. La fragmentación en la cual vivimos y el narcisismo siempre más acentuado así lo exigen, si no queremos sucumbir y ser víctimas de nuestras propias manos. El secreto está, quizás, no tanto en poner al centro el pensamiento (ratio, cogito) como hasta ahora ha hecho el hombre occidental, sino en poner, come eje vector el afecto o amor.

6) ¿Animal racional o animal amante? Quizás el hombre no es tal porque es “animal racional” - como lo definían los griegos y sostuvo siempre el positivismo reduccionista. Visión que, no por ser equivocada, sino por ser demasiado unilateral ha mortificando dimensiones esenciales de la existencia, como, por ejemplo, la ternura, las emociones, los sentimientos, en fin el Pathos. Quizás el hombre es tal porque “ama y dona”, y porque ama y dona - he ahí el secreto - razona y piensa. Esta posición (sostenida hoy por buena parte de la filosofía fenomenológica) que invierte la lógica tradicional, significa que no es el conocimiento sino el amor la fuente o el espacio de la inteligibilidad. No es el conocimiento el fundamento del amor, sino que el amor es el fundamento del conocimiento. Este último sería un rayo del amor, un momento del amor y no su fundamento. El filósofo francés J. L. Marion, el padre de la fenomenología de la donación, oponiendose a Descartes, sostiene que no es el Cogito el eje portante del rostro humano, sino el Amor (Cf. Le phénomène érotique, Paris, Éditions Grasset & Fasquelle, 2003). En efecto, el verdadero rostro humano no se alimenta sólo del “amor a la sabiduría” sino de la “sabiduría del amor”. Tal sabiduría no niega ni cancela el cogito o ratio sino que lo asume, lo humaniza y lo orienta hacia un horizonte más grande, es decir, menos logocéntrico y más heterocéntrico. Se trata del horizonte del dono.

6.1) Más que un sentimiento. El amor no es un simple sentimiento o una emoción pasajera o intensa. Esta última es enamoramiento pero no necesariamente da el paso hacia el amor que es, dicho brevemente, comprometerse radicalmente en órden a hacer que el otro sea plenamente sí mismo. Ya E. Fromm, el psicoanalista alemán, sostenía que el amor es la voluntad de promoción del otro, es afirmar al otro en su diferencia. Por lo tanto el amor es mucho más que una pasión o un afecto. Es, además - y este aspecto interesa acentuar ahora - mucho más que conocimiento. Es, más bien, lo que hace posible el conocimiento. Sólo quien ama conoce, recoje y protege la diferencia. Quien no ama no busca y si recoje no es para proteger ni promover, sino para mercantilizar, acaparar y depredar, como la racionalidad científico-tecnológica ha hecho en estos dos últimos siglos, llevándonos sin solución de continuidad hacia escenarios apocalípticos y hoy día muy pero muy cerca del eco-cidio (muerte de la madre tierra).

7) Conclusión Desde la época de R. Descartes y G. Galilei (1564†1642) hasta poco tiempo atrás, los afectos eran considerados secundarios en el mundo de la filosofía respecto al pensamiento teórico. Éste basa sus análisis en las representaciones y abstracciones. Se comienza a hablar de odio, amor y de los diversos afectos sólo sobre la base de un ego (=yo) , ya constituido. El amor, en otros términos, es visto como una pasión del ánimo y no como un constitutivo o constituyente originario del ego. En cambio, gracias sobre todo a la fenomenlogía del dono (sin tener en cuenta ahora todo el aporte de la psicología y de la pedagogía) tenemos que aprender que el amor y el odio preceden el ego y llegan o se presentan en órden a su misma constitución. Desde esta perspectiva la pregunta fondamental que pusimos precedentemente se resuelve abriéndose a un horizonte mayor, má rico y más prometedor. Ahora, sin sentimentalismos, se puede hablar de una razón amante y de un corazón pensante. Para decirlo en términos pascalianos: las razones de la razón están en el corazón sin que por esto la razón sea humillada. Al contrario, supera una perspectiva logocéntrica que no sólo empobrece la razón sino que mortifica aspectos esenciales de la existencia. No es otra cosa lo que quiere decir el famoso aforisma de Pascal: "no es fuerte sino más bien débil la razón que no reconoce que hay razones que la sobrepasan". En definitiva, no ya la razón sin o contra el corazón ni tampoco éste contra o sin aquélla. Sino, más bien, el corazón en la razón. O, mejor, la Bondad (corazón) en la Verdad (razón) como su alma secreta.

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