jueves, 20 de agosto de 2009

Friedrich Nietzsche




En los escritos de un solitario se percibe siempre como el eco del desierto, como el murmullo de la soledad y las miradas tímidas que lanza a su alrededor; en sus palabras más violentas, en sus mismos gritos se oye también una nueva y más peligrosa manera de ocultarse, de ocultar su pensamiento. Para quien ha vivido años enteros, noche y día a solas con su alma, empeñado en las querellas más íntimas y en los diálogos más secretos, en su caverna (que tal vez sea un laberinto o una mina de oro); ése se convierte en un oso de las cavernas y en un buscador de tesoros, o en el dragón guardián de un tesoro; sus ideas acaban también por tomar un tinte crepuscular, un olor a caverna y a moho, un carácter incomunicable y rudo, ysu aliento hiela a todos los que pasan a su lado. El solitario no cree que nunca un filósofo -si es cierto que todo filósofo comenzó por ser un solitario- haya expresado en sus libros sus opiniones verdaderas y últimas. ¿No se escriben libros precisamiente para ocultar lo que se lleva dentro? Incluso duda de que un filósofo pueda tener opiniones "Verdaderas y últimas"; se pregunta si no hay en él necesariamente detrás de cada caverna otra que se abre, más profunda aún, y por debajo de cada superficie un mundo subterráneo más vasto, más extraño, más rico, y bajo todos los fondos, bajo todos los cimientos, un fondo más profundo aún. "Toda filosofía es una fachada": tal es el juicio del solitario. "Hay algo de arbitrario en el hecho de que se haya detenido aquí, y de que haya arrojado una mirada hacia atrás y a la redonda, que haya cesado de cavar y haya puesto a un lado la piqueta. Hay desconfianza en esto." Toda filosofía oculta otra filosofía; cada opinión es un escondite; cada palabra puede ser una máscara.




Del libro "Más allá del Bien y del Mal"

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