viernes, 3 de septiembre de 2010

El yo y la época de las "pasiones tristes"






Decía el filósofo francés J. P. Sartre - y con buenas razones - que "nosotros corremos hacia nosotros mismos, y por eso, somos el ser que no lograremos alcanzar jamás" (El ser y la nada).

Sartre retrata, en esta frase, la lógica narcisista, autoreferencial con la cual el hombre occidental, convencido de ser el "ombligo del mundo" no mira más allá de sus narices. Con esta lógica relacional, centrada en sí mismo, ha construido una identidad patológica que considera el "yo" sacro y el otro profano, peso insoportable o una herramienta en función del "yo y sus delírios".

Estamos viviendo, como dicen tantos psiquiatras (M. Bensayag y G. Schmit) en la época de las "pasiones tristes" porque vivimos en una "sociedad líquida" que, apunto, cambia de forma de un día para el otro y no permite vislumbrar ningún futuro. El mañana es más que incierto porque el "hoy" no tiene márgines seguros o estables y, como un río sin orillas, no tiene forma alguna en la cual pueda reconocerse.
Hemos perdido la capacidad utópica con las ideologías fallidas del Nuevescientos, con la muerte de los grandes ideales. Parece que no queda otra vía que la de correr hacia nosotros mismos - como dice Sartre. Pero quien mira sólo su propio "yo", antes o después, termina como Narciso, el joven del mito greco que, sordo y ciego para escuchar y mirar la alteridad (la Ninfa Eco) se ahogó en las aguas del lago en el cual observava embelesado espejarse su propia imagen. Y esto significa, sencillamente que, quien pretende salvarse a sí mismo, quien cree ser autosuficiente y prescindir del otro, no sólo condena a la locura a los otros (Eco enloqueció después que Narciso la abandonó) sino que perece, asesinado por su propio rostro.

Tal vez para salir del narcisismo que, antes o después, termina por hacer desaparecer el propio "yo", la vía consista en hacer una "pausa" en la inútil carrera hacia un "yo" siempre más evanescente y, sin pretensiones de adueñarse, mirar a los ojos del otro, mirar el "rostro" del prójimo y ser más atentos a sus necesidades, sufrimientos, angustias.

Quizás - y sin por esto caer en romanticismos acalambrados - en el rostro del otro está el camino auténtico que nos permita alcanzar, al menos, el "umbral" del "yo" y vivir ejerciendo la projimidad sin discriminaciones mezquinas, evitando así la lógica necrófila, es decir, la carrera ciega y estúpida - porque mortal - hacia un yo que, si no se dona, si no sale de sí mismo, si no rompe la sua autoreferencialidad, no podrá jamás encontrarse. Más bien corre el riesgo de perderse - y para siempre.

Conocer las necesidades del otro y, en un cierto sentido, hacerse cargo, compartir su historia; conocer sus debilidades sin por esto aprovechárse de ellas y así tender la mano solidaria, libre de intereses y oscuras intenciones, son lógicas relacionales que pueden humanizar las "pasiones tristes" y transformarlas en "alegres" sin por esto caer en sentimentalismos acalambrados o en paternalismos infantiles y patológicos.

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